Cuando era pequeña fui a una fiesta de moros y cristianos en Aravaca y un caballo se desbocó. El caballo corría incontroladamente por una calle en la que yo estaba con mi familia y cientos de personas más.
La reacción normal de la gente fue retirarse a los soportales para refugiarse, pero yo me quede paralizada justo en medio de la calle. En el último momento mi madre reaccionó cogiéndome por el pelo y quitándome de la trayectoria del caballo.
10 años después estaba de vacaciones con unos amigos y propusieron que fuéramos a montar a caballo, yo había olvidado completamente el incidente de mi infancia y me pareció una buena idea.
Cuando me acercaban el caballo que yo iba a montar se me llenaron los ojos de lagrimas y sentí miedo, pero me daba vergüenza decírselo a mis amigos porque ni yo misma sabía que me pasaba. El resultado fue que el caballo olió mi miedo, se desbocó, y perdí los estribos y las riendas.
Ahora sé que el cuerpo tiene memoria y aunque parezca increíble, la conclusión que sacó es que paralizarse me salvó la vida, porque de hecho aunque mi madre fuera la que me apartó del peligro, el resultado fue que me salvé y, ante una situación similar, el cuerpo tira de archivo y reproduce los mecanismos que creen que le salvarán.
Este es solo un ejemplo de cómo estamos condicionados por lo que Annie Marquier llama “memorias activas”, y como éstas condicionan nuestra vida restándonos libertad.
Cuando trabajamos el cuerpo (no olvidemos que es el mapa del consciente/inconsciente) tenemos la posibilidad de irlo liberando de estas “memorias activas” aumentando la conciencia y ganando cotas de libertad en nuestro día a día.
Vanesa Saavedra